La violencia que viven muchas mujeres suele tener un mismo patrón: comienza en el entorno familiar o de pareja, se prolonga en el tiempo con episodios de control, aislamiento y agresiones, y en los casos más extremos, termina con la pérdida de la vida.
El caso de Norma, ocurrido recientemente en Acatzingo, es un ejemplo de cómo la violencia doméstica puede escalar hasta convertirse en feminicidio. Tenía 34 años, era madre de tres hijos y, según narran sus familiares, llevaba años enfrentando situaciones de maltrato. Hoy, sus seres queridos piden justicia y buscan que su historia no se repita en otras mujeres.
Una problemática que trasciende cifras
Organizaciones civiles señalan que la violencia feminicida no se trata únicamente de un tema de seguridad, sino de un problema social y cultural que debe atenderse desde diferentes ámbitos: la educación, la prevención, el fortalecimiento del tejido comunitario y el acompañamiento a las mujeres en riesgo.
Una tarea de toda la sociedad
Especialistas coinciden en que la atención a la violencia de género requiere la participación conjunta de familias, comunidades, instituciones educativas, sector privado y autoridades. La prevención es clave: detectar a tiempo los signos de violencia, ofrecer entornos seguros y brindar a las mujeres espacios de apoyo puede salvar vidas.
Cada feminicidio deja una huella profunda en hijos, hermanas, madres y en la comunidad entera. Recordar a las víctimas es también un llamado a sumar esfuerzos para que ninguna mujer más pierda la vida en condiciones de violencia.